Recuerdo que hace años, mientras daba clase de equitación en pista, surgían dudas y vacíos, en los que, para explicar lo que necesitaba en ese momento, necesitaba pedir al jinete que bajara del caballo para que experimentara en su cuerpo lo que tenía que hacer luego arriba, me daba cuenta de que debería de trabajar antes con los caballos de escuela para que luego supieran cómo hacerlo con los alumnos o teníamos que parar un momento la clase para colocar bien las monturas a los caballos.
Aunque para los que miraban el reloj, el tiempo de poner bien las monturas y explicar la importancia de cómo hacerlo, probablemente sería una pérdida de 10 minutos de la clase, yo veía que para la mayoría de alumnos, era lo más interesante que les habían explicado en mucho tiempo durante una clase.
Seguí con mi sensación de que los que venían a montar, querían aprender a montar, pero no le daban tanta importancia a la hora entera encima del caballo sino que, como yo, querían irse satisfechos de haber conseguido conectar con el caballo, sentir que habían hecho las cosas para su bien y de ver que ellos también pueden sentir la magia que nos hacen sentir los caballos cuando estamos juntos, que no es solo cosa de algunas personas especiales que nacen con el don de comunicarse con los caballos.
Ayer, Uxue, una alumna muy especial, de quince años, que viene una vez a la semana desde hace dos meses, me recordó esto cuando, al acabar, me dijo: estoy cansada pero satisfecha. Estaba agotada del esfuerzo físico, pero sobretodo mental, que había hecho para conectar con Oro, y satisfecha porque después del esfuerzo vino la recompensa de sentir que el caballo y ella habían sido uno. Y por eso hoy escribo sobre el sentido de la equitación.
Desde que daba clases de tanda veía la necesidad de crear una escuela de equitación, de verdad. Una escuela de equitación, para mí, no es un lugar donde los caballos están esperando preparados a que llegue su pequeño jinete, le dicen el nombre o el color del pony que le ha tocado, el niño vaya a buscar al caballo a donde estén atados y tenga que ir leyendo el nombre de cada caballo, que lo pone en la montura, si es que lleva su montura, para identificarlo, con ayuda de su familia que le acompaña, claro, y entre todos, que no tienen ni idea de cómo hacerlo porque nadie se lo ha explicado, se apañen para soltarle la cabezada de cuadra, y consigan llegar hasta la pista (¡qué largo se hacía el camino!) con el pony muy enfadado haciendo gestos terroríficos de que les va a morder y pisar.
Una escuela de equitación, debe enseñar a los alumnos todo lo que les haga falta para llegar hasta la pista, a comprender por qué puede estar enfadándose el caballo, a dejarse las prisas en casa… Son tantísimas las cosas que se deben de enseñar en una escuela de equitación, que nunca terminaría la lista. Y en eso trabajo actualmente, en cómo organizar los contenidos que deben de aprender de la mejor manera para que, por pequeñitos que sean los alumnos, no caigamos en no enseñarles nada porque son tan pequeños que cómo iban a hacerlo bien.
Si algo veo todos los días trabajando con niños, es que es maravilloso cómo conectan sin esfuerzo consigo mismos y con los animales, cómo perciben cómo está el caballo y cómo, dándoles las pautas, son capaces de hacerlo muy bien y los ponys quieren pasar tiempo con ellos.
Este fin de semana hemos hablado mucho de la importancia del trabajo pie a tierra con los caballos, desde abajo, de aprender a comunicarnos, utilizar nuestro lenguaje no verbal, de mostrar claramente nuestra intención, de confiar en nosotros mismos, en el caballo y en que todo va a ir como lo imaginemos. Hemos comprobado que cuando desde abajo sale, desde arriba es más sencillo, y sobretodo más bonito.
En fin, que no tiene sentido la equitación, sin aprender a cuidarlos, sin saber trabajarlos pie a tierra, sin educar nuestro cuerpo para poder comunicarnos. No tiene mucho de bonito ver un jinete serio sobre un caballo tenso, por complejo que sea el ejercicio que está haciendo. Lo bonito de la equitación, es ver las sonrisas y emoción de los jinetes y escuchar los resoplidos de los caballos, ver sus ojos de amor por su jinete. La belleza de ver que caballo y jinete son uno, que hay conexión. Y para esa conexión, hay que trabajar muchas cosas, empezando por nosotros, que después de conectar con un caballo, nos sorprendemos a nosotros mismos sonriendo al resto del mundo.
Escuela de equitación, escuela de vida.
Your talent to transform ordinary subjects into fascinating writing is truly remarkable. Great job!